Carta de amor (César Moro)



Carta de amor

Pienso en las holoturias angustiosas que a menudo nos rodeaban al acercarse el alba
cuando tus pies más cálidos que nidos
ardían en la noche
con una luz azul y centelleante.

Pienso en tu cuerpo que hacía del lecho el cielo y las montañas supremas 
de la única realidad con sus valles y sus sombras
con la humedad y los mármoles y el agua negra reflejando todas las estrellas 
en cada ojo

¿No era tu sonrisa el bosque resonante de mi infancia 
no eras tú el manantial
la piedra desde siglos escogida para reclinar mi cabeza?
Pienso tu rostro
inmóvil brasa de donde parten la vía láctea 
y ese pesar inmenso que me vuelve más loco que una araña encendida agitada sobre el mar.

Intratable cuando te recuerdo la voz humana me es odiosa
siempre el rumor vegetal de tus palabras me aísla en la noche total
donde brillas con negrura más negra que la noche. 
Toda idea de lo negro es débil para expresar la larga ululación de negro sobre negro resplandeciendo
    ardientemente.

No olvidaré nunca
Pero quién habla de olvido
en la prisión en que tu ausencia me deja
en la soledad en que este poema me abandona
en el destierro en que cada hora me encuentra.

No despertaré más
No resistiré ya el asalto de las grandes olas 
que vienen del paisaje dichoso que tú habitas. 
Afuera bajo el frío nocturno me paseo 
sobre aquella tabla tan alto colocada y de donde se cae de golpe.

Yerto bajo el terror de sueños sucesivos agitado en el viento 
de años de ensueño
advertido de lo que termina por encontrarse muerto
en el umbral de castillos desiertos
en el sitio y a la hora convenidos pero inhallables
en las llanuras fértiles del paroxismo
y del objetivo único
pongo toda mi destreza en deletrear
aquel nombre adorado
siguiendo sus transformaciones alucinantes.
Ya una espada atraviesa de lado a lado una bestia
o bien una paloma cae ensangrentada a mis pies
convertidos en roca de coral soporte de despojos
de aves carnívoras.

Un grito repetido en cada teatro vacío a la hora del espectáculo 
indescriptible. 
Un hilo de agua danzando ante la cortina de terciopelo rojo 
frente a las llamas de las candilejas. 

Desaparecidos los bancos de la platea 
acumulo tesoros de madera muerta y de hojas vivaces de plata corrosiva. 
Ya no se contentan con aplaudir aullando 
mil familias momificadas vuelven innoble el paso de una ardilla.

Decoración amada donde veía equilibrarse una lluvia fina en rápida carrera hacia el armiño 
de una pelliza abandonada en el calor de un fuego de alba
que intentaba hacer llegar al rey sus quejas 
así de par en par abro la ventana sobre las nubes vacías
reclamando a las tinieblas que inunden mi rostro 
que borren la tinta indeleble 
el horror del sueño
a través de patios abandonados a las pálidas vegetaciones maniacas. 

En vano pido la sed al fuego 
en vano hiero las murallas 
a lo lejos caen los telones precarios del olvido exhaustos
ante el paisaje que retuerce la tempestad.

Texto: César Moro 
Traducción: Emilio Adolfo Westphalen
Fotografía: Lago Maggiore, Schweiz 1950. Christer Strömholm


0 comentarios:

Publicar un comentario

 

Sorel